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En la historia de la Universidad de Salamanca, los estudios de derecho tuvieron siempre una especial relevancia. Igual que Bolonia, nuestra Universidad nació como un centro eminentemente jurídico, y desde sus orígenes fue objetivo prioritario de sus protectores regios el impulso de un saber cuya valoración en los primeros tiempos de su andadura expresaban bien las Partidas de Alfonso X El Sabio: “La sciencia de las Leyes es como fuente de justicia, e aprovéchase della el mundo mas que de otra sciencia”.

No por casualidad, en la primera reglamentación escrita de la vida del centro que ha llegado hasta nosotros (la llamada “Carta magna” concedida en el año 1254 por ese mismo monarca), las cátedras jurídicas aparecían destacadas de las restantes por su mejor dotación económica, con un salario que casi duplicaba el asignado a las de filosofía, gramática y medicina. Una preeminencia que quedó reflejada para el futuro en el protocolo académico.

Precisamente por el prestigio de sus estudios en este ámbito pronto la Universidad de Salamanca ocupó lugar propio entre las grandes universidades europeas y se situó a la cabeza de las hispánicas, distinguida asimismo entre estas últimas por su mayor apertura al alumnado internacional.

De ahí que el punto álgido en la historia de este Estudio, iniciado a partir del reinado de los Reyes Católicos, coincida con el período de máximo esplendor en las enseñanzas jurídicas, cuando por las aulas y cátedras salmantinas de Leyes y Cánones pasaron juristas de la talla de Antonio Gómez, Palacios Rubios, Gregorio López, Martín de Azpilcueta, Diego de Covarrubias, Vázquez de Menchaca, Castillo de Bovadilla o Ramos del Manzano, por mencionar sólo algunos de los más conocidos, muy presentes en los grandes debates políticos y jurídicos de su tiempo.

Es difícil sin embargo seleccionar un elenco de nombres, dado que el sello de Salamanca está impreso en la biografía de casi todos los grandes juristas castellanos de los siglos modernos. En el mundo hispánico, esta Universidad era reconocida como el principal centro de estudios jurídicos, y prueba también de la importancia que estos llegaron a adquirir dentro de ella es el interés que suscitaron en otros ámbitos, como la Facultad de Teología, desde la cual las reflexiones sobre el derecho y la justicia de personajes tan célebres como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Francisco Suárez contribuyeron a extender su fama fuera de nuestras fronteras.

Digna igualmente de destacar es la presencia de catedráticos y graduados salmantinos en puestos elevados de la burocracia regia. De este centro salieron muchos de los letrados que nutrieron los cuadros institucionales de la Monarquía hispánica, y en ese punto radicó también su poder de atracción, por las posibilidades de promoción profesional que garantizaba, lo que explica asimismo la especial querencia de los reyes hacia la Universidad de Salamanca.

El ocupar una cátedra facilitaba las cosas, y por eso el destino natural de gran parte de sus catedráticos juristas fue el servicio del rey, predominantemente en cargos de la administración de justicia superior, Audiencias y Chancillerías, desde los que muchos alcanzaban los más deseados puestos en los Consejos. Se entendía que en Salamanca se garantizaba una buena preparación para el desempeño de oficios de tanta responsabilidad gracias a las características de su método de estudios, donde se combinaba eficazmente el ius commune europeo y el derecho propio en una enseñanza que se orientaba ante todo a adiestrar a los estudiantes en el dominio de las técnicas y contenidos necesarios para el debate jurídico y la resolución de conflictos conforme a derecho y, por consiguiente, con una especial proyección hacia el mundo de la práctica.

Es justo sin embargo reconocer que el éxito de tales expectativas profesionales debía también no poco a la influencia de los Colegios Mayores salmantinos, cuyos antiguos miembros fueron progresivamente controlando en la Corte la provisión de oficios. Ahí se encuentra precisamente una de las razones que explican el declive de las Facultades de Leyes y Cánones a partir del tercio final del siglo XVII, perdido el atractivo de Salamanca en ese punto para todos los que no disfrutaban de la protección colegial, y concebidas las cátedras para muchos de sus titulares como simple trampolín de promoción personal.

Pese a ello, y al paralelo descenso en el número de los matriculados, que llegó a alcanzar cifras alarmantes en la centuria siguiente, esta Facultad aún mantuvo un protagonismo especial en el conjunto de las universidades españolas. Su plan de estudios de 1771, inserto en las reformas ilustradas de Carlos III, permitió la renovación de contenidos y métodos docentes (con una mayor presencia del derecho patrio frente al derecho romano) y sirvió de modelo para las restantes en momentos de avance hacia la centralización y el uniformismo en las enseñanzas jurídicas.

No faltaron tampoco entre sus componentes destacados representantes de la llamada “Escuela iluminista salmantina”, que desde la década de 1780 contribuyeron a la difusión de las nuevas corrientes racionalistas y los principios de la educación liberal y transformadora asociados al pensamiento de Jeremías Bentham y plasmados luego en la propuesta de un avanzado plan general de estudios, planteado sin éxito en Cádiz y el Trienio. En ese esfuerzo no puede olvidarse la figura del catedrático Ramón de Salas y Cortés y su labor difusora del ideario liberal.

Nombres como el suyo permitieron aportar algo de luz a una etapa de decadencia, arrastrada a lo largo del siglo XIX y parte del XX, durante la cual, aunque en la Universidad de Salamanca la Facultad de Derecho continuó siendo el centro, sólo el brillo particular de algunos de sus miembros (Pedro Dorado Montero, Enrique Gil y Robles, Wenceslao Roces, José Antón Oneca, Manuel Torres López…) impidió que fuese recordada como un mero paréntesis en su historia.

Comenzó a salir de su postración a partir de la década de 1960, cuando la labor de renovación impulsada en muchas de sus disciplinas por un grupo de profesores de sólida formación y comprometidos con el cambio logró que la Facultad de Derecho de Salamanca se convirtiera en una de las mejores de España.